Un poeta es un satélite en constante caída

Un poeta es un satélite en constante caída
© Senderos Editores. Diseño y diagramación: Carlos Andrés Almeyda Gómez. Editor: Mario Torres Duarte. Se permite la reproducción parcial de este libro siempre y cuando sea citada la fuente, su autor y su editorial.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

El Evangelio según Sanmiguel



Nos enseñaron a arrodillarnos
cuando arreciaran los vientos del invierno.
Nos obligaron a rogar cuando la lluvia fuerte se posara
en nuestro pecho.
Aprendimos a temer al fuego
por causa de la danza de sus sombras.
y seguían: ni viento ni lluvia cesaban
a pesar de nuestras súplicas
y la llama y sus sombras
eran muy grandes ante nuestros ruegos.
“¡Crean, crean, hermanos!”
nos decían con las manos llenas
mientras nos apuntaban por la espalda con un puñal
como Abraham a Isaac.
Una vez nos dimos cuenta de la niebla
Aprendimos a no huir.
Así encontramos los ojos tristes de Moisés
entre las uvas fermentadas que impregnaban
                                 /la embriaguez de nuestros labios:
Las aves moribundas
y la hedionda brisa citadina
son el eco de la trompeta apocalíptica
que debemos escuchar aterrorizados
o comiendo palomitas de maíz para distraernos
mientras ellos le roban gemidos infantiles
a la noche que esconden debajo de sus camas
para después humedecerlos con sus lenguas y sus ojos
con esos con los que también nos venden sus tierra prometida
más allá de las estrellas.
Los mismos ojos con los que Edith vio hacia atrás
antes de convertirse en la sal
de la que están hechos los detractores de Sodoma
que son también los que necesitan de Gomorra
para vender allí su evangelio de la muerte.
De roja sal están hechos sus atriles
sus argollas y vestidos.
De la misma con la que vendieron a Dios
cuando creíamos que él nos oía.
De sangre porque prostituyeron a Dios para llenarse las manos.
¡Un aplauso para los proxenetas del Cristo caído y del resucitado!
Un aplauso aunque nunca nos mostraron su costado
ni la planta de sus pies
ni las palmas de sus manos.
Nos impusieron cerrar los ojos
para entender el mensaje de los ríos
pero el mensaje de los ríos era muy confuso.
Entonces unos pocos nos aventuramos
A separar nuestras pestañas:
Vimos a los muertos pasearse en sus cauces
chocando con las piedras
desnudos
sin rostro.

Entendimos que nada se llevan las hojas
cuando caen
y que no hay nada bajo el cielo que nos sea oculto.

Solo necesitamos entender el canto de los gallos
y el vuelo de las aves
en medio de tanto aullido
de tantos gritos
tantas luces de neón.
Nos enseñaron a desear el sonido de las monedas
cuando chocan entre sí.

Para ignorar la voz herida de los niños
para ignorar las nubes que no vio Adán
para ignorar las aves que salieron de los mares
para no ver la lluvia que rosó al borracho de Noé
para enterrar al verbo hecho carne
ese que ahora necesita de tu ayuda
porque ya jugó su última carta:
Mandó a su hijo a morir por ti
y lo único que se te ocurrió
fue bañarlo en oro y colgarlo
de tu pecho. Ahora eres salvo.
Nos enseñaron a arrodillarnos para no andar la tierra.
Nos enseñaron a rogar para vivir a la sombra de otros hombres.
Nos enseñaron a cerrar los ojos para no ver nuestro reflejo en el agua
y así por fin poder matar a Dios.


                                                                                           A Tomás Sanmiguel

Poema publicado también en:





sábado, 28 de noviembre de 2015

Recogiendo a Nezahualcóyotl


De la flor oscura vienes, Coyote hambriento, de la flor oscura

y del lago que emanaba sal y luego llanto extraño y niebla gris.

En ese lago que ahora es casi nada

ahora, cuando eres barro seco y cal forjada

yo te nombro y recuerdo que de la flor oscura vienes

y de la rivera que emanaba sal

de esa que es el vestigio de tu huella

testimonio de tu paso casi extinto.

Te veo en lo alto imponente

como jarilla que crece en los peñascos.

Te veo allí estirando tu mano fuerte

hasta tocar el ombligo de la Luna

con tu dedo largo sobre el horizonte que dominas.

Con los frutos del nopal construiste los castillos

que ensombrecieron a los hombres provenientes del oriente

hombres que sin conocerte también tuvieron miedo de tus ojos

y corrieron ante el eco de tu aullido

que subía de vez en vez de la orilla de los lagos.

Vimos las flores marchitarse, entonces las nombraste:

florecieron de nuevo los jardines.

Algunas veces lloramos hasta que el llanto se hizo silencio.

Entonces alzaste tu voz y nosotros volvimos al canto.

No fuimos nosotros para siempre.

Nos deshicimos como el plumaje del quetzal que se desgarra.

Estuvimos sólo un poco aquí, pero tú no.

Tu nombre aún lo escriben las serpientes en el valle

tu rostro aún lo dibujan las aves en el lago

porque no brotaste en vano sobre la tierra,

Coyote hambriento, no viniste en vano

y fuiste el dueño de este rincón donde nace el aliento del jaguar.

El amor, si acaso, me alcanzó para acabar este poema.

A ti te alcanzó para mucho más:


Para amar el canto del cenzontle

Para amar el color del jade

Para amar al hombre mismo.


***

Poema publicado originalmente en:




Analogía de las puertas y los versos

"Estoy tan solo como estas gotas de lluvia
que caen en mi cara."

Daniel Santiago Jiménez

He sido todos los poemas y he sido uno solo. Ahora soy este que se este que se escribe en los charcos, que se lee con el humo de los carros, que se va con estas gotas de lluvia deslizándose en mi rostro. Soy este poema que pasa desapercibido entre las sombras de los postes, arrastrándome, retorciéndome, revolcándome como afirmando que en algún momento también seremos barro. Soy este que se alza como una gaviota herida que muy pocos ven o que miran de soslayo porque camina coja por la calle. De soslayo y tal vez con algo de pesar o lástima. Soy este poema que empezó con el alba pero que ya termina.

  No siempre fue así. Un día de mis ojos brotó toda la arena de Abisinia y de mis dedos salió todo el perfume de París. Otra vez vi nacer la Luna en un río del Lejano Oriente y la vi ahogarse allí mismo completamente ebria de la vida. Una tarde me encontré de frente con el cielo, me quedé mirándolo fijamente: fui testigo de los cuerpos ardiendo en el fondo de su azul. También recuerdo aquella noche larga en que lloré con amargura porque encontré la ira de Dios en los ojos moribundos de un burro triste de los Andes; o esa otra cuando abrí mil doscientas ochenta puertas buscando el comienzo de un poema que decía: Aprendimos a desafiar las tinieblas con más oscuridad.

  Y esa última ¿Qué decir de esa última noche, compañeros?... Nada, no decir nada porque hemos errado: no todas las palabras alcanzan para nombrarlo todo, para abrazarlo todo, para decirlo todo. Algo nos falta, algo sublime.

  Soy este poema que empezó con cada sol pero que ya se acaba. No siempre fue así:

  Hace mucho que los versos dejaron de ser un diluvio para mí, una salida.


***


Poema publicado incialmente en:




Buenos Aires, 4 de septiembre

Será cuando me vaya que nadie más cerrará las ventanas.

El aire de la casa se hará más frío.

El paisaje gris de la ciudad entrará por debajo de la puerta.

El teléfono sonará todos los días hasta que algo falte.

Las luminarias no se encenderán de nuevo.

El café se hará piedra en la despensa.

Ya no tendrán lugar en mis ojos los tediosos crepúsculos.

La Luna no se reflejará nunca más en estas manos

y mis mejillas carecerán del brillo que ofrece el día.

Mi cielo seguirá con su color rojo y a veces negro.

Las calles contarán las mismas gotas, los mismos pasos

las mismas hojas secas

y uno que otro perro canequero dejará sus huellas

en la cara de la noche.

Los libros que leía con mis amigos se quedarán allí

con el polvo que será su cuerpo.

Mi armónica ya no sabrá de labios

ni de notas, ni del viento

mi gato pasará a ser de mis hermanos

hasta que él también se vaya.

Todo será cuando yo no esté

cuando mis huesos

sean un riego de jardines al abrigo de algún árbol caribeño.


Pero ahora es no importa porque en este preciso instante

me veras volar en la ciudad de la furia,

me verás caer como flecha salvaje.

Ahora, en este preciso momento,

me verás dormir al amanecer

entre tus piernas,

 entre tus piernas.


***

Poema publicado originalmente en:





Analogía de los poetas y los días

Somos los dueños de la noche

y de la aurora que le nace a sus vestidos.

Somos los dueños de todo lo vivido

y de las carnes que han transitado nuestros cuerpos.

Una vez nos salieron alas

y fuimos también los dueños del viento

y domamos a los tigres de Etiopía

y formamos toda la arena del desierto

y cada dedo nuestro era la voz de algún poeta

hasta que abrimos los ojos.


Fuimos de nuevo hombres.

Nosotros dimos forma al viento, le pusimos senos, labios, alma

y lo soplamos fuertemente para formar con él las lluvias

que derrumbaron los montes de los Andes

y aplaudimos con tal fuerza que creamos los truenos

que mucha gente vio con asombro por las ventanas

hasta que abrimos los ojos, entonces fuimos de nuevo hombres:

Se nos cayó la mirada pero nunca dejamos de andar

se nos llenaron de llagas las rodillas pero nunca dejamos de andar.

Se nos apareció la muerte. nosotros murmuramos, reímos

y gritamos a toda voz Y la muerte no tendrá dominio

mientras levantábamos el rostro al cielo

nuestra voz fue su puñal.

Se escaparon las nubes por la herida

que le hicimos al firmamento

y se llevaron consigo la sombra que nos acechaba.

Eso nos pasó muchas veces

y muchas veces también quedamos heridos

tirados en la calle sin entender

la grandeza de nuestra propia lluvia

pero nos levantamos y nunca dejamos de andar.

Para ser los dueños de esta inmensidad hay que estarlo.

Se debe morir todos los días con cada verso

se debe ser ceniza, eco, sombra, viento

para ser los amos de la Luna, para ser la noche misma.


A Epifanio Andrés Tocarruncho, Manuel Alejandro
y demás amigos del comité de bebedores.



***


Poema publicado incialmente en:






Dylan Thomas en la otra mesa

Esconde el hombre en su sombra muchos nombres.

Se pierde en la niebla, la anda, se esfuma, pero siempre vuelve.

Caben en sus brazos todas las sombras, incluso las de ayer.

Conocen sus manos el resguardo intangible de la Luna.

Señala de memoria cada gota que se oculta en el rocío.

No se inmuta cuando escucha atento el secreto de la lluvia

hasta que sonríe y con los brazos abiertos la recibe.

Esconde el hombre en su sombra muchos nombres.

En la noche atiende un canto de borrachos en la calle

lo pinta con un baile de dedos plagados en la mesa

y siete copas de algún elixir le salen al encuentro. Ríe.

Se pierde en la niebla, la anda, se esfuma, pero siempre vuelve.

La hoja entre el suelo y la planta de sus pies es la música.

De todos los mundos posibles, optó por sus mismos labios.

De todos los mundos visibles, escogió su propia ausencia.

Caben en sus brazos todas las sombras, incluso las de ayer

y su puerta más oscura es la que más luz le proporciona. 

Escogió el poeta el silencio a manera de profundo grito.


***


Poema publicado originalmente en:








El reflejo de Ian Curtis

Vino de la eterna noche de Mánchester.

Un día, caminando por la calle

se encontró con que el mundo cabía

en un charco al lado de la acera

y que su alma excedía los bordes de su sombra.

Tomó una piedra, la arrojó al charco

y se quedó quieto observando

el efecto del agua en su cabeza.

Retrocedió dos pasos hasta que su sombra

se encontró con el dominio de la noche:

El eco de la piedra contra el charco

aún retumba en mis oídos.

El agua no ha dejado de moverse.



***



Poema publicado originalmente en: